CER
Encuentro de Historiadores del Protestantismo en España 

Hacia una historia integrada del protestantismo sudeuropeo

Los manuales de historia de la Iglesia nos hablan poco del protestantismo sudeuropeo. De ahí que los protestantes de estos países estemos acostumbrados a estudiar a más de lo que nos enseñan los manuales la historia de "nuestro" protestantismo: francés o italiano, español o portugués. En la presente conferencia quiero llamar la atención hacia las líneas transversales que unen las historias paralelas del protestantismo en dichos países, y que las hacen aparecer como manifestaciones de un movimiento integrado. El futuro de nuestro continente nos exige este tipo de lectura de la historia.

Por ahora me refiero tan sólo al periodo desde mediados del siglo XIX, que es cuando surge un protestantismo ininterrupto en la Península Ibérica, dejando fuera de consideración los ricos antecedentes de la Reforma. Podemos comprobar que nuestro movimiento evangélico queda marcado por ciertos acontecimientos políticos que trascienden las fronteras nacionales. Después del periodo designado como la Restauración, los acontecimientos de 1848 nos traen la visión de lo que podría ser una Europa más liberal. La euforia es prematura, pero ya los años de 1867/68 marcan una evolución irreversible, que afecta el movimiento evangélico en cada uno de nuestros países. Siguen entonces cuatro décadas durante los cuales la alternancia de gobiernos liberales y conservadores abre un espacio democrático. El catolicismo posterior al Vaticano I es autoafirmativo, buscando a recuperar el terreno perdido desde los años de la Revolución Francesa. Es la coyuntura de las polémicas acaloradas. Pero la noción del progreso está encarnada en los países protestantes. Alemania, Gran Bretaña, los Estados Unidos nos abrirán el camino al siglo XX. La voz del proletariado poco a poco empieza a inquietar la conciencia de los más esclarecidos.

La primera Guerra Mundial pone fin al sueño de un protestantismo progresista, siendo que las dos grandes potencias consideradas como protestantes pretenden destruirse mutuamente. El protestantismo sudeuropeo sufre las consecuencias ideológicas y también las financieras. Entonces es cuando surge el peligro rojo, y con él, las dictaduras fascistas que desean conjurarlo. Para el protestantismo, las consecuencias en ningún país serán tan catastrofales como en España. Sigue el periodo llamado de la Guerra Fría, pero que nos abre también nuevas posibilidades de testimonio y de servicio. Todas nuestras iglesias se han beneficiado con ello. El Vaticano II inaugura un tiempo de paz con Roma, o también de un fecundo diálogo ecuménico. En Italia, España y Portugal se construyen nuevas relaciones entre las iglesias y el Estado. Y los años '90 nos han traído no sólo la Unión Europea y la queda del Muro, sino también una sorprendente revolución cultural, de consecuencias todavía imprevisibles. Esta periodización es importante para nuestro protestantismo, entre otros motivos porque hoy nos inclinamos cada vez más a escribir su historia no como un relato de pioneros, de pastores y de sínodos, sino como una historia de la Palabra encarnada en la historia humana.

A más de los acontecimientos de orden político hay también coincidencias de orden espiritual o religioso que vinculan el protestantismo en nuestros países. Pienso en primer lugar en el Despertar religioso que, oriundo del pietismo alemán y conjugado con nuevos elementos en el mundo anglosajón, sacudió el protestantismo franco-suizo y francés, y convirtió a los valdenses de los Valles Alpinos en una comunidad evangelizadora. Sin esta nueva espiritualidad, la obra evangélica en España y Portugal hubiera quedado sin hacer. Pienso en los métodos de la evangelización en sus primordios: en la obra de las sociedades bíblicas - la Británica y Extranjera, la Escocesa, la Americana, la Trinitariana - y de sus valerosos colportores. Pienso en las discusiones públicas del periodo cuando el discurso de los protestantes despertaba el interés de la burguesía liberal. Pienso en los tratados religiosos, muchos de ellos polémicos, cuyos textos aparecen en francés, italiano, español y portugués, a menudo en base de originales ingleses.

Hay influencias directas entre los países latinos, como fue el caso de Francisco de Paula Ruet, el catalán que oyó el Evangelio de boca de Luigi de Sanctis en Turín; del Comité de París, que en los años de 1850 se interesó por el naciente protestantismo en Andalucía; o del ex-sacerdote español Gómez y Togar, que en 1839 abrió una capilla evangélica en Lisboa. También son las mismas sociedades misioneras las que inauguran su obra en nuestros países, basica-mente en el mismo orden cronológico. Llegan los metodistas, los congregacio-nales, los presbiterianos, las asambleas de herma-nos; un poco más tarde, los bautistas; y en la década de 1910, los pentecosta-les. En sus relatorios domésti-cos encontramos páginas especiales dedicadas a la obra en cada uno de los países sudeuropeos. Un caso muy especial es la Spanish and Portuguese Church Aid Society, iniciativa de los anglicanos de Irlanda para dar estructura al movimiento que, tanto en España como en Portugal, pretendía inspirarse en las fuentes de un cristianismo autóctono. En cambio la Chiesa Cristiana Libera, nacida en la Italia de Garibaldi, nunca obtuvo un apoyo de este tipo, y al doblar el siglo dejó de existir.

En las primeras décadas del siglo XX nos las habemos con un protestantismo que lentamente, y con dificultad, se abre a los desafíos de la cultura moderna. Vemos la inquietud  de los jóvenes, que empiezan a organizarse a su modo y en cuyas publicaciones transparecen las perspectivas sociales de la época, mientras que la vida congregacional sigue caracterizada por el discurso piadoso e introvertido del período anterior. Son los años también en que se organiza la cooperación intereclesiástica. En la lucha contra las dictaduras nuestros teólogos se inspirarán en Karl Barth y en el modelo de la Iglesia Confesante. Y renovarán su compromiso cristiano con el mundo, ante el cual hace falta el servicio social nada menos que el testimonio verbal. A fines de los años '50 nace también el movimiento que promoverá, de una forma sistemática, la aproximación mutua del protestantismo en nuestros países: la Conférence des Églises Protestantes dans les Pays Latins d'Europe, o con una sigla: la CEPPLE. Lo que la CEPPLE se propone no es ninguna novedad. No es ni más ni menos que la expresión de una inspiración común y un destino común del pueblo evangélico en esta parte del mundo. Y hoy día, el desafío que se nos plantea es el de valorizar la herencia de la Reforma en nuestro contexto, en vista de mañana.

Klaus van der Grijp
Seminario Evangélico de Teologia, Lisboa 


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